Sala de Prensa



Hospitaleros Voluntarios. Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago

De ''azafata'' a hospitalera


De ''azafata'' a hospitalera

Había hecho el Camino entre julio y agosto del primer Jacobeo 93. La huella fue profunda y hacia setiembre u octubre recibí aquél folleto de “Peregrino” con una foto de un peregrino delante de la espléndida iglesia de San Martín de Frómista. Allí se invitaba a contestar a una encuesta a la que rauda respondí llevada por “el encantamiento” en el que me hallaba desde que había vuelto del Camino. Allí también se hablaba de la posibilidad de ser hospitalero en algún albergue del Camino. Interesada como estaba en todo lo relacionado con el Camino, solicité información para los cursos de hospitaleros. Aún conservo la que para mí fue una especial contestación firmada por Maite y José Ignacio y que me animó a seguir con la idea.

Llegó el mes de abril del 94 y asistí al curso de hospitaleros que se celebraba en Logroño, en el flamante albergue estrenado el verano anterior. Ése fue mi primer destino en la primera semana de julio donde ejercí de hospitalera junto con Amparo, de Burgos.

En aquél momento, en el albergue de propiedad municipal había contratado “un gerente” que estaba al cargo del mismo y también asistían por las tardes varios miembros de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de La Rioja. A todos les recuerdo con cariño. Pero la situación me hizo sentir como “una azafata” más que como una hospitalera, expresión que resultó entre curiosa y graciosa cuando lo conté en la reunión de revisión en Santo Domingo de la Calzada. ¡Qué tiempos aquellos… y los siguientes…! También los recuerdo con mucho cariño.

¡ Ah, una cosa muy importante. Estando de hospitalera en Logroño conocí a Lourdes Lluch ! Ella estaba en Los Arcos acogiendo peregrinos y “adecentando” como ella sabe hacer unas escuelas cerradas hacía tiempo.

Y después de Logroño vino León en la primera quincena de julio de 1995 como “lugar difícil” ya que el año anterior no había habido albergue de ningún tipo y los peregrinos tenían que pasar de Mansilla de las Mulas a Villadangos del Páramo o dormir en hostales. En aquél momento, recibí el mensaje de que los hospitaleros se ofrecían a ir a León aquel verano, aunque fuera en tiendas de campaña para que los peregrinos pudieran quedarse en la ciudad. Después de peregrinar por la ciudad buscando un lugar, fueron las Carbajalas (Benedictinas) las que ofrecieron el gimnasio para que durante los meses de verano, pudiéramos acoger peregrinos. Y allí comenzamos la primera quincena de julio Roser y yo. Continuaron Lourdes y Marieta y muchos otros hospitaleros.

Y según escribo esto me pregunto ¿cuáles serían ahora los lugares difíciles para el peregrino? Acaso aquellos en que se siente tan cómodo que le parece estar en un hotel con estrellas, digo con conchas, que quizá le hacen olvidarse de lo que está haciendo: peregrinar?

¿Y para el hospitalero que ha pasado de compartir a veces el dormitorio con los peregrinos a tener su propio espacio e incluso en algunos casos un horario con turnos? De hacer además de la acogida, la limpieza del albergue a no ocuparse o al menos, no en exclusiva, de esa labor, etc.

Quizá la acogida cercana en estas circunstancias sea más necesaria y valorada.

Gracias a todos los que a lo largo del Camino me habéis acogido, a los que seguís haciéndolo y a los que vendrán.

Amelia García Portillo
Albergue de Logroño, 1994, Albergue de Las Carbajalas León, 1995