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¿Qué problemas causan las ofrendas de montoncitos de piedras?


¿Qué problemas causan las ofrendas de montoncitos de piedras?
Montoncitos de piedras

Se conocen como apachetas, morcueros o ‘cairns’, son tendencia en redes sociales, y pueden poner en riesgo a los ecosistemas en que se realizan.

Desde tiempos antiguos, y en muchos lugares del mundo, al caminar por el campo aparecía de vez en cuando un montoncito de piedras al margen del camino o en el borde de un cultivo. Esta práctica de carácter tradicional y presente solo en determinados enclaves, antes anecdótica, se ha convertido en los últimos años en una moda que se ha extendido por territorios naturales en todo el mundo.

El origen de estos montoncitos de piedra

Los pueblos nativos de los Andes tenían esta tradición de formar montoncitos de piedras, de tamaños variables, las llamadas ‘apachetas’. La explicación más mística de esta costumbre tan peculiar es que se trata de un rito para entrar en contacto con la Pachamama, la ‘Madre Tierra’, la diosa de la tierra y la fertilidad inca.

Un ritual similar, también con significado místico, se encuentra en el budismo zen. En este caso, parece que busca más el equilibrio de las piezas, aparentemente caóticas, pero que se mantienen en pie en una columna. Rituales parecidos se encuentran en la cultura celta. En Galicia los llaman ‘milladoiros’, en Irlanda ‘cairn’, y en Gales ‘carnedd’ .

En otros puntos de la península ibérica también pueden encontrarse montones de piedras. En La Mancha los hay, en ocasiones de gran tamaño, al borde de los campos, llamados ‘majanos’. Y marcando los cruces de caminos castellanos pueden encontrarse pequeños montículos de rocas apiladas con forma cónica, que se conocen como ‘morcueros’.

Explicaciones menos religiosas y de carácter más práctico parecen indicar que estos montones son marcas que dejaban los viajeros para recordar el camino recorrido, o con el fin de medir distancias, como una versión primitiva de los mojones de las carreteras que indican los kilómetros. Estos usos parecen los más verosimiles para los milladoiros que se encuentran a lo largo del Camino de Santiago, y también para los morcueros, que reciben su nombre del dios romano de los mensajeros, Mercurio. Los majanos manchegos tienen un empleo aún más simple: son el resultado de apilar las rocas que se van retirando de los campos de cultivo.

Sea cual sea su origen, lo cierto es que está muy de moda apilar montoncitos de piedras en entornos naturales. Y no es una buena idea.

Una moda con impacto ambiental

Tal vez el gesto parezca inofensivo, incluso inocente, y su práctica puntual y aislada probablemente lo sea. Pero ya se sabe cómo funciona esto: lanzar una sola piedra a un río seguramente no tiene consecuencias, pero lanzar toneladas puede desviar el cauce. Análogamente, no es lo mismo un mojón de piedras marcando un cruce de caminos que cientos o miles dominando un paisaje natural.

Se han encontrado apilamientos de piedras incluso en áreas naturales protegidas. Lugares donde nunca se habían colocado morcueros ni apachetas, aparecen ahora inundados de estas construcciones, cuya única finalidad parece estética: sacar la foto perfecta para que el turista de turno la suba a sus redes sociales. Son tendencia.

El impacto más directo de la construcción masiva de estos mojones en el ecosistema está relacionado con el proceso de erosión. Al retirar piedras y rocas, el suelo pierde capacidad de cohesión y se erosiona con mayor facilidad. Eso cambia la estructura del hábitat para la gran diversidad de organismos que habitan en él y altera sus funciones, que en muchas ocasiones son esenciales para el mantenimiento del ecosistema.

Alteraciones de los microhábitats

Las rocas forman unas condiciones de microhábitat; debajo de una roca no llueve, pero sí llega el agua por escorrentía. Las rocas arrojan sombra, retienen el calor del sol y lo disipan lentamente, atenuando los efectos de las temperaturas extremas. Esto es particularmente relevante en áreas áridas. Algunas forman espacios debajo de ellas, que son aprovechados por los seres vivos, o sirven de soporte para el asentamiento de líquenes y musgos.

En algunos ecosistemas, muchas especies dependen de las condiciones físicas asociadas con las rocas, que las utilizan como áreas de descanso, de alimentación, de refugio, o con otros fines, generalmente relacionados con los aspectos térmicos, hídricos o estructurales de dichas rocas.

En este sentido, el tamaño, la estructura o el tipo de roca, su localización en el suelo, los niveles de humedad influyen en el rendimiento fisiológico y en el comportamiento de los seres vivos que habitan en estas rocas o que las utilizan.

La distribución de las rocas en un entorno también se relaciona con las interacciones entre seres vivos, ya sea entre individuos de la misma especie, o entre especies diferentes, modulando las relaciones de competencia o de depredador-presa.

La retirada de rocas, su desplazamiento, su vuelco o su ruptura puede afectar a esos microhábitats de múltiples formas. Altera el perfil térmico del paisaje, modifica la exposición a eventos meteorológicos, e incluso cambia las relaciones entre los seres vivos. Elimina lugares de asentamiento de plantas y refugios de animales, expone a los organismos que viven debajo a inclemencias para las que no siempre están adaptados. Incluso se pueden destruir nidos, o alterar de tal manera el paisaje que las aves que regresan de su migración ya no reconozcan el entorno y no vuelvan a anidar en él.

Colocar las piedras en un lugar diferente conforma un nuevo microhábitat antes inexistente, que podría inhibir el crecimiento de plantas que hubieran germinado en esa zona previamente, u obstaculizando a los organismos que hubiese antes.

La erosión del suelo asociada a la remoción de las piedras genera la desaparición de los horizontes y, con ellos, los descomponedores, desestabilizando los ecosistemas desde su base.

En general, este tipo de actuaciones, sobre todo cuando se realizan de manera indiscriminada, injustificada y sin conocimiento de lo que se está haciendo, generan impactos muy significativos sobre los organismos que habitan en las rocas. Y en ecosistemas sensibles o con alto número de endemismos, puede convertirse en un factor promotor de la extinción.

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