Hospitaleros Voluntarios
Raíz histórica
En la antigüedad clásica, la concesión de hospitalidad al extranjero que pedía asilo era considerada como signo de civilización. Según aparece escrito en la Odisea, para Homero "los dioses recorren las ciudades, en forma de mortales, observando quienes son los que tratan con violencia y quienes los que reciben con bondad a los forasteros".
También los romanos consideraron la acogida como una alta virtud. Para los estoicos, el hombre es ciudadano del mundo, por lo que nunca es extranjero; de ahí que sea inhumano no concederle hospitalidad.
El Nuevo Testamento aporta una profundización teológica del concepto de hospitalidad. La vida de Jesús fue una constante petición de alojamiento, desde horas antes de su nacimiento en Belén, pasando por otros muchos ejemplos en que le vemos solicitar acogida en casas como la de Zaqueo o la de Lázaro. Tambien su mensaje es un canto a la hospitalidad:
"Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquél que me ha enviado..."
Respecto a la hospitalidad practicada en el Camino de Santiago, en un principio, cuando la devoción al apóstol tenía más bien un carácter selectivo -antes de la segunda mitad del siglo XI- el Camino atraía a gentes por lo común acaudaladas y cercanas al poder eclesiástico o civil. Obispos, y abades, condes y duques, príncipes o reyes acudían a Compostela desde lugares distantes. Eran peregrinos que viajaban con su séquito, en comitiva y a caballo, con recursos y protección propia. La existencia de sólo dos o tres hospitales en Villabascones, Carrión y Sahagún nos confirman la falta de una mínima política asistencial
A mediados del siglo XI comienza la gran corriente migratoria y se establece la ruta que, con ligeras variantes, se mantendrá hasta nuestros días. Desde el poder político se hizo una planificación general del espacio entre los Pirineos y Galicia en orden a fijar, proteger y desarrollar los movimientos de personas, bienes e ideas más allá de los estrechos marcos de la aldea o del señorío. De acuerdo a esto, no ha de extrañar que fueran los sectores con más responsabilidad e interés en el éxito de las reformas, los primeros en atender el Camino: la monarquía, la nábleza, los obispos y los monjes, sobre todo los cluniacenses.
Sí, los reyes promovieron la fundación y dotación de hospitales, bien directamente, haciendo uso del patrimonio regio, bien asumiendo iniciativas particulares como las del ermitaño Gaucelmo que levantó el hospital de Foncebadón, la condesa Teresa que dotó un hospital en Carrión o los obispos Pedro y Pelayo que lo hicieron en la ciudad de León.
Pero serán los monjes, especialmente los benedictinos, quienes marquen un antes y un después en el desarrollo hospitalero del Camino. San Benito, la gran figura monástica de la Edad Media, había dicho una y otra vez que la hospitalidad tenía que ser la primera virtud de los monjes. La tipología de la acogida benedictina queda suficientemente definida en su regla y en los primeros comentarios de la misma:
"A todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como al mismo Cristo en persona, porque éllo dirá un día: era peregrino y me hospedasteís"
El comentario de la Regla especificaba:
"Que a los peregrinos se les saldrá a recibir con muestra de sincera caridad, saludándoles con una humildad profunda. Una vez acogidos, se leerá ante ellos la ley divina y luego se les obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad"
A finales del siglo XI podía darse por establecida una primera red asistencial en todas las etapas desde Jaca a Compostela, ya que había hospederías monacales y hospitales que servían de cobijo a los caminantes especialmente en aquellos parajes más extraños y difíciles. Hospitales que aún siendo muchos de fundación particular estaban, en su mayoría, bajo el control de monasterios benedictinos vinculados más o menos directamente a Cluny.
El siglo XII y parte del XIII significaron el apogeo de las peregrinaciones. A ello contribuyeron los valores religiosos, el apoyo de los poderosos que invierten en su promoción y seguridad con nuevas fundaciones de hospitales, ayudando a personajes como San Juan de Ortega o concediendo fueros y privilegios; y también, una época de prosperidad económica tanto en lo que afectaba a los propios peregrinos como a las posibilidades del mercado.
A partir del último tercio del XIII comienza una tendencia de cambio en la que parroquias y cofradías se convierten en protagonistas de las labores asistenciales. Los laicos, sobre todo los laicos acaudalados de las ciudades, con sus donaciones lograron mantener el espíritu hospitalario en los años finales de la Edad Media.
Durante los siglos posteriores, aunque decayó el espíritu jacobeo y el número de peregrinos disminuyó considerablemente, tenemos abundantes testimonios de hospitalidad tanto en los hospitales rurales como en los de las villas mayores que tenían edificios de mayor capacidad. En unos, la atención a los peregrinos recaía en el hospitalero y la hospitalera que generalmente estaban bajo la administración de un mayordomo y el cura; en algunas ocasiones, éstos dedicaban al servicio de los necesitados sus personas y sus bienes recibiendo por ello, y de por vida, el comer, el vestir y la potestad de ser enterrados dentro de los muros donde habían servido. Por último, había un tercer grupo que estaba al servicio de los hospitales a cambio de un sueldo.
De puertas adentro, la calidad de la asistencia variaba mucho de unos centros a otros, en función sobre todo del valor del patrimonio y del uso que de él hicieran los administradores. En lo referente a la economía todos se sostenían regularmente merced a las rentas del patrimonio con el que habían sido dotados por sus fundadores y bienhechores, completadas ocasionalmente con limosnas de los fieles dispuestas casi siempre en los testamentos.
En cuanto a la administración, estuvieron todos en manos de instituciones religiosas. Como hemos visto, primero fueron los monasterios y las sedes episcopales, después las órdenes militares, más tarde las parroquias y las cofradías que ponían al frente a alguno de sus miembros ayudados de personal de servicio.
Como centros a los que se acudía en estado de gran necesidad la asistencia se concretó en dos ofertas básicas: un lugar a cubierto donde dormir y un fogón donde calentarse y cocinar. Techo y fuego ofrecieron siempre todos los centros hospitalarios, pero la categoría de los hospitales estaba en la cantidad y calidad de las raciones alimentarias que se daban, especialmente a partir del siglo XIII cuando creció el número de los peregrinos pobres y de los pobres enfermos.
Otro tipo de asistencia que se practicaba desde los hospitales era la sanitaria (en el idioma castellano, hospital es sinónimo de centro de atención sanitaria). Al Apóstol se le reconocían poderes curativos extraordinarios, de ahí que fueran muchos los peregrinos que iniciaban el Camino enfermos; otros perderían la salud en el trayecto. Es por ello que se habilitaron salas especiales para los enfermos, se contrataron los servicios de médicos y boticarios o, incluso se crearon centros especiales para ellos, hospitales que solían quedar bajo la advocación de San Lázaro, San Antón o la Magdalena.
Por último hemos de hacer notar la asistencia espiritual ofrecida a los peregrinos a lo largo de la Ruta Jacobea. Con el paso del tiempo el Camino de Santiago se transformó en un espacio sagrado, jalonado de monasterios e iglesias, capillas, hospitales y cofradías, con sus reliquias de santos e imágenes milagrosas de visita obligada. La beneficencia estaba profundamente sacralizada. De hecho, desde el momento en que un peregrino atravesaba la puerta de un hospital se le hacía participar, según las horas, en los oficios religiosos. Antes y después de comer debía rezar un sufragio por el alma del fundador y bienhechores, y, tras pasar la noche, reanudaba la marcha sólo después de haber oído misa.