El Camino Portugués por la Costa era seguido por aquellos que cruzaban el río Miño cerca de su desembocadura y, por la sierra que se alza ante sus ojos o bien bajando a A Guarda y remontando por la ribera, se dirigían a Vigo para empalmar en Redondela con el otro Camino Portugués. Y una ventaja: no es un recién llegado, pero sí acaba de recibir el reconocimiento oficial. O sea, un nuevo itinerario por descubrir.
Variadas razones tenían los peregrinos portugueses para no cruzar el río Miño a la altura de Tui, como era lo más habitual, y hacerlo por otros puntos, desde la oportunidad que se presentaba de repente hasta el evitar la propia ciudad fronteriza. Así que eran numerosos los que por una causa u otra salvaban la corriente por Goián, donde rápidamente se formaban grupos o por A Guarda, algo más al sur. Y ahí surgía y surge el primer dilema: o se continúa por la costa o se hace por el interior. Esto último significa cruzar unas sierras agrestes con espléndidas panorámicas e ir a dar a Vigo.
La costa quiere decir enfilar primero hacia el oeste –o sea, en paralelo al río- y alcanzar el enorme y bellísimo estuario del Miño. Ahí está también el monte Santa Tegra, gran mirador con su castro excavado y considerada la aldea prehistórica más espectacular de Galicia. Y abajo, A Guarda, un puerto al que se dice que ni los piratas se atrevían a entrar. Claro que hoy en día sus muelles garantizan el abrigo a sus numerosos buques pesqueros. Una curiosidad: el plato característico de A Guardia no es otro que la langosta, palabras mayores.
La costa, escarpada y muy batida, señala el norte. Y así se alcanza Oia y su monasterio a pie de mar con su minúsculo y entrañable puerto. Se dobla cabo Silleiro y se comienza a entrar en territorio más resguardado. Es el inicio de la ría de Vigo, en la que se asienta la ciudad del mismo nombre, que se recorre tras pasar por la portuaria Baiona y su castillo, hoy parador.